Con origen en el latín textus, la palabra texto
describe a un conjunto de enunciados que permite dar un mensaje coherente y
ordenado, ya sea de manera escrita o a través de la palabra. Se trata de una
estructura compuesta por signos y una escritura determinada que da espacio a
una unidad con sentido.
Cada texto posee una cierta finalidad comunicativa:
por medio de sus signos busca transmitir un cierto mensaje que adquiere sentido
de acuerdo a cada contexto. La extensión del texto es muy variable, desde unas
pocas palabras hasta millones de ellas. De hecho, un texto es virtualmente infinito.
El año pasado vimos que para que un texto resulte
comprensible, debe ser coherente, es decir que todos los párrafos y los
paratextos deben relacionarse con el tema principal. Por esto, la coherencia colabora
con el sentido general del texto.
Un texto es coherente cuando la información que
presenta está bien organizada, aparece de manera progresiva y sigue un orden
lógico. La organización textual depende de la intención comunicativa de cada
texto, sí, cada texto tiene siempre una intención.
Consignas:
1-
Leer el siguiente
texto:
LA CERÁMICA,
TESTIMONIO DE CULTURAS YA DESAPARECIDAS
Con el paso del tiempo, la vida de las culturas deja
testimonios ocultos en las entrañas de la tierra. Los arqueólogos estudian los
cambios que se producen en la sociedad, a través de restos materiales
distribuidos en el espacio y contenidos en el tiempo como la cerámica.
La cerámica es la mejor herramienta del arqueólogo. Y
esto es así porque los restos materiales de una cultura pueden sobrevivir en el
tiempo, aun muchos siglos después de que sus realizadores hayan desaparecido de
la faz de la Tierra. Los restos de carácter orgánico, como el hueso, la madera,
el tejido o el cuero, desaparecen en ciertos ambientes sin dejar rastro;
mientras que los de carácter inorgánico como la piedra son prácticamente
inalterables. La cerámica, o el barro, que, tras su modelado y cocción adquiere
perdurabilidad, es uno de los restos materiales más útiles.
La mayoría de los pueblos americanos de la Antigüedad,
de cultura agrícola y sedentaria, manufacturaron grandes cantidades de
cerámica; en primera instancia para cubrir sus necesidades cotidianas, como las
de cocina, vajilla y almacenamiento; pero también con motivos rituales y ceremoniales.
Los sitios arqueológicos suministran toneladas de tiestos y también de
fragmentos de cerámica.
La elaboración de la cerámica exige un proceso previo
de selección de la arcilla, lavado de impurezas, adición de un material
desengrasante, tal como paja, arena, valvas marinas o cerámica molida, que
permita su modelado, secado al sol y cocción. No todos los pueblos utilizaron
los mismos tipos de arcilla para sus creaciones, ni las mismas clases de
desengrasante. Tampoco las cocieron de la misma manera, aun dentro del escaso
margen de variedad que permite el horno abierto, que fue el único conocido en
la América indígena. Según los registros arqueológicos, los acabados, las
formas y los estilos de decoración son también muy variados. Las superficies
pueden estar pintadas o engobadas, pulidas, llanas o modeladas. Se entiende por
engobe una arcilla coloreada o no, que se aplica sobre la cerámica a modo de
esmalte para modificar su aspecto externo, aportando una textura terrosa no
vítrea.
En el caso de la cerámica usada con fines ceremoniales
o rituales, se observan estilos muy definidos y, por lo tanto, fácilmente
atribuibles a determinada época y aun a determinada fase temporal dentro de una
cultura. En consecuencia, su aparición puede ser muy significativa para el
investigador.
Los tiestos, que se cuentan por millares en cualquier
yacimiento arqueológico, son rigurosamente clasificados por los arqueólogos en
tipos o grupos que muestran ciertas características comunes: tipos de pasta,
desengrasante, acabado superficial, decoración, etc. Además, se registra la profundidad
a la que fueron encontrados, ya que a mayor profundidad puede suponerse en
principio una mayor antigüedad. Estos datos, volcados en gráficos, permiten ver
con qué frecuencia aparecen ciertos tipos en determinadas épocas, la aparición
gradual de nuevos tipos, o la desaparición de otros.
Así, se establecen series cronológicas, primero
relativas, porque solo se sabe que un estilo es más antiguo que otro, y luego más
definitivas, cuando se puede fechar con precisión un objeto con métodos como el
de radiocarbono. Y como cada cultura posee diferentes tipos de cerámica y
estilos, este entramado cronológico puede completarse paulatinamente. Este es
el rompecabezas que el arqueólogo se encarga de reconstruir.
En síntesis, la cerámica por ser el resto material que
mejor se conserva es el más útil para el trabajo del investigador; sobre todo
aquella usada con fines rituales y ceremoniales, ya que, por sus estilos
definidos, es más fácil ubicarla temporalmente.
(SÁNCHEZ MONTAÑÁS, Emma. La cerámica precolombina, el
barro que los indios hicieron arte, Madrid, Editorial Anaya 1988).
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